Mataron su alma
La noche,
compañera del sosiego,
el sosiego,
amigo estrecho
que invitó a los sueños.
Había paz en su almohada
en la tibia cobija que abrigaba
los vivos anhelos,
era limpia, blanca su alma.
Como un gemido suave
el Sol entró por la ventana,
se levantó,
sonrió al silencio
a la vida y la calma.
Sentada al pie de la cama,
colocó los pies
sobre una nube,
el piso que la llevaría
al cuarto de cuatro paredes,
el lavado en su casa.
Se miró al espejo
sonriente a sus alas,
decidió refrescarse
y mojarse la cara,
el horror la atrapó,
¡De sus manos chorreaban
chorros de sangre!
Colgado en su hombro
un misil y sus proyectiles.
Se convirtió en asesina
sin odiar a otra alma,
un dictador arrogante
tomó sus impuestos
para comprar muchas armas,
matando con ellas
a miles de inocentes,
las otras almas.
El sueño acabó,
la sonrisa es pasado
le robaron, las alas,
la sangre chorrea, se coagula
en sus manos
se convirtió en asesina
mataron su alma.
El número 17,001
Pegadas a su cuerpo las costillas crujen, se siente el ruido muerto entre un estómago casi desaparecido por la escasez de comida, de agua, de lo elemental, pero lo que más escasea es la piedad.
Su madre lo acompaña, ambos tirados sobre el polvo y escombros de lo que fue su casa, su hogar. Ya no hay más muñecos, no hay carritos, ni pelotas, pero lo que sí hay, es la fuerza perdida necesaria para jugar.
Con los ojos que sobresalen a través de los huesos nasal y malar, él mira a su madre, él quiere llorar; no puede, no hay líquido en su cuerpo para derramar las lágrimas que desahoguen, el hambre, la sed y la angustia.
Su voz se ha convertido en un hálito de despedida; lo torturan a él y a los demás. La muerte llega lenta, segundo a segundo, como gotas que carcomen, pero no a la piedra dura, sino a cuerpos frágiles de inocentes que pagan la culpa de haber nacido en Gaza, y de haber construido en su tierra, su hogar.
Mientras las bombas explotan, un individuo de nombre Netanyahu, desconoce el significado de palabra paz; ataca implacable con la furia de una bestia, su deseo: dominar, reprimir y matar.
El hálito se pierde, el pecho no palpita, la madre mira al cielo, son insípidos sus aullidos, sólo claman por un segundo más.
En la penumbras de las cenizas que se apoderan del mediodía. La madre llora, un hálito, el número 28 de ese día, la UNICEF dirá es el número 17,001 que hizo su partida.
Un número más, una madre llora, un padre arriesga su vida, solo son números, la estadística de la barbarie e incesante agonía.
En sequía mis palabras, no hay versos en la quebrada pluma, que no para de llorar.
Cecilia Chávez ©️
Die Zahl 17,001
Seine Rippen knarren gegen seinen Körper, er spürt das tote Geräusch zwischen seinem Magen, der durch den Mangel an Nahrung, Wasser und dem Nötigsten fast verschwunden ist, aber was am meisten fehlt, ist Mitleid.
Seine Mutter begleitet ihn, beide liegen auf dem Staub und den Trümmern dessen, was einmal ihr Haus, ihr Zuhause war. Es gibt keine Puppen mehr, keine Trolleys, keine Bälle, aber was es gibt, ist die verlorene Kraft, die man zum Spielen braucht.
Mit seinen Augen, die durch seine Nasen- und Ohrenknochen herausragen, schaut er seine Mutter an, er möchte weinen, kann es aber nicht, da er keine Flüssigkeit im Körper hat, um die Tränen zu vergießen, die den Hunger, den Durst und die Angst lindern.
Seine Stimme ist zu einem Hauch des Abschieds geworden; sie quälen ihn und die anderen. Der Tod kommt langsam, Sekunde für Sekunde, wie nagende Tropfen, nicht auf hartem Stein, sondern auf den zerbrechlichen Körpern von Unschuldigen, die die Schuld dafür tragen, dass sie in Gaza geboren wurden und ihr Haus auf ihrem Land gebaut haben.
Während die Bomben explodieren, greift ein Mensch namens Netanjahu, der die Bedeutung des Wortes Frieden nicht kennt, unerbittlich an, mit der Wut eines Tieres, seinem Wunsch zu dominieren, zu unterdrücken und zu töten.
Der Atem geht aus, der Brustkorb pocht nicht, die Mutter schaut zum Himmel, ihr Heulen ist fade, sie schreit nur noch eine Sekunde lang.
Im Zwielicht der Asche, die die Mittagszeit einnimmt. Die Mutter weint, ein Atemzug, die Nummer 28 an diesem Tag, UNICEF wird sagen, es ist die Nummer 17.001, die ihren Abgang machte.
Eine weitere Zahl, eine Mutter weint, ein Vater riskiert sein Leben, Es sind nur Zahlen, die Statistiken der Barbarei und der unaufhörlichen Qualen.
In der Trockenheit meiner Worte gibt es keine Verse in der gebrochenen Feder, die nicht aufhört zu weinen.
La incógnita
En el centro de cuatro paredes de estera, la que fue tejida con paja de juncos, ahí con los pies descalzos, ajados y sucios apoyados sobre el suelo de arena, la que vuela tapizando los cuerpos de individuos incógnitos en la cima de un cerro, donde solo viven los que ya casi están muertos.
Ahí en su cerro, con el hambre devorando hasta sus huesos, una mujer envejecida por la explotación de un sistema donde el poder de los ricos significa el derecho absoluto a una vida digna y placentera, mientras los incógnitos esclavos modernos sobreviven ante un mundo injusto e incierto.
Sentada sobre un banco lleno de polvo y astillas frente a una tabla que simulaba la que en sus sueños podría ser la mesa donde manjares precederían un festejo, ahí estaba ella, la incógnita, sin educación, sin nombre, ni abolengo, la indigna, la que no tiene nada aunque muchos ignoren que tiene un alma junto a un corazón vivo y sabio habitando en lo triste de su maltratado cuerpo.
Sobre la mesa, mil retazos de telas, pedazos grandes y chicos de distintas texturas y colores, telas amontonadas, unas sobre otras, y ella, la incógnita deslizaba cuidadosamente sus dedos seleccionando las telas, pues quería convertir en realidad su sueño.
Corto con tijeras uno a unos los pedazos de tela, con aguja e hilo en las manos unió los retazos e hizo banderas. ¡Qué lindos colores! ¡Qué lindas las razas, que puso Dios sobre la tierra!
La incógnita observaba feliz las banderas, cogió una a una y las unió haciendo con ellas una única y larga bandera. La bandera de un mundo sin límites ni fronteras, donde no existe el hambre y no hay diferencias.
La bandera de un mundo que no conoce de guerras, donde la sangre no es la moneda con la que se paga la riqueza de pocos y el hambre de muchos que mueren en vida su triste condena.
La incógnita sueña y viste su choza con una sola bandera, espera que el mundo la entienda, no quiere más sangre y quiere un pan sobre su mesa.
Die Inkognita
In der Mitte von vier Mattenwänden, die mit Schilfstroh geflochten wurden, dort, wo die nackten, abgenutzten und schmutzigen Füße auf dem sandigen Boden ruhen, dort, wo die Leichen der Unbekannten auf der Spitze eines Hügels aufsteigen, wo nur die leben, die fast tot sind.
Dort auf ihrem Hügel, mit Hunger, der ihre Knochen auffrisst, eine Frau, die durch die Ausbeutung eines Systems gealtert ist, in dem die Macht der Reichen das absolute Recht auf ein würdiges und angenehmes Leben bedeutet, während die modernen Sklaven inkognito in einer ungerechten und unsicheren Welt überleben.
Sie saß auf einer Bank voller Staub und Splitter vor einem Tisch, der das simulierte, was in ihren Träumen der Tisch sein könnte, an dem Köstlichkeiten einem Festmahl vorausgehen würden, da war sie, die Unbekannte, ohne Bildung, ohne Namen, ohne Abstammung, die Unwürdige, diejenige, die nichts hat, obwohl viele ignorieren, dass sie eine Seele hat, neben einem lebendigen und weisen Herzen, das in der Traurigkeit ihres geschundenen Körpers lebt.
Auf dem Tisch stapelten sich tausend Stofffetzen, große und kleine Stücke von unterschiedlicher Beschaffenheit und Farbe, Stoffe, einer über dem anderen, und sie, die Unbekannte, wählte mit ihren Fingern vorsichtig die Stoffe aus, denn sie wollte ihren Traum verwirklichen.
Sie schnitt die Stoffstücke einzeln mit der Schere zu, mit Nadel und Faden in der Hand fügte sie die Fetzen zusammen und machte Fahnen. Was für schöne Farben, was für schöne Ethnien, die Gott auf die Erde gebracht hat!
Das Inkognito schaute sich die Fahnen fröhlich an, hob sie eine nach der anderen auf und fügte sie zu einer einzigen langen Fahne zusammen. Die Flagge einer Welt ohne Grenzen, in der es keinen Hunger und keine Unterschiede gibt.
Die Fahne einer Welt, die keinen Krieg kennt, in der Blut nicht die Währung ist, mit der der Reichtum der wenigen bezahlt wird und der Hunger der vielen, die im Leben sterben, seine traurige Verurteilung.
Die Inkognita träumt und kleidet ihre Hütte mit einer einzigen Fahne, sie hofft, dass die Welt sie versteht, sie will kein Blut mehr und sie will ein Brot auf ihrem Tisch.
Donde la palabra se vuelve sonido con Ana Cecilia Chávez Zavalaga Fuente: Teresa Mascarenhas
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14.02.2025
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