La incógnita
En el centro de cuatro paredes de estera, la que fue tejida con paja de juncos, ahí con los pies descalzos, ajados y sucios apoyados sobre el suelo de arena, la que vuela tapizando los cuerpos de individuos incógnitos en la cima de un cerro, donde solo viven los que ya casi están muertos.
Ahí en su cerro, con el hambre devorando hasta sus huesos, una mujer envejecida por la explotación de un sistema donde el poder de los ricos significa el derecho absoluto a una vida digna y placentera, mientras los incógnitos esclavos modernos sobreviven ante un mundo injusto e incierto.
Sentada sobre un banco lleno de polvo y astillas frente a una tabla que simulaba la que en sus sueños podría ser la mesa donde manjares precederían un festejo, ahí estaba ella, la incógnita, sin educación, sin nombre, ni abolengo, la indigna, la que no tiene nada aunque muchos ignoren que tiene un alma junto a un corazón vivo y sabio habitando en lo triste de su maltratado cuerpo.
Sobre la mesa, mil retazos de telas, pedazos grandes y chicos de distintas texturas y colores, telas amontonadas, unas sobre otras, y ella, la incógnita deslizaba cuidadosamente sus dedos seleccionando las telas, pues quería convertir en realidad su sueño.
Corto con tijeras uno a unos los pedazos de tela, con aguja e hilo en las manos unió los retazos e hizo banderas. ¡Qué lindos colores! ¡Qué lindas las razas, que puso Dios sobre la tierra!
La incógnita observaba feliz las banderas, cogió una a una y las unió haciendo con ellas una única y larga bandera. La bandera de un mundo sin límites ni fronteras, donde no existe el hambre y no hay diferencias.
La bandera de un mundo que no conoce de guerras, donde la sangre no es la moneda con la que se paga la riqueza de pocos y el hambre de muchos que mueren en vida su triste condena.
La incógnita sueña y viste su choza con una sola bandera, espera que el mundo la entienda, no quiere más sangre y quiere un pan sobre su mesa.
Die Inkognita
In der Mitte von vier Mattenwänden, die mit Schilfstroh geflochten wurden, dort, wo die nackten, abgenutzten und schmutzigen Füße auf dem sandigen Boden ruhen, dort, wo die Leichen der Unbekannten auf der Spitze eines Hügels aufsteigen, wo nur die leben, die fast tot sind.
Dort auf ihrem Hügel, mit Hunger, der ihre Knochen auffrisst, eine Frau, die durch die Ausbeutung eines Systems gealtert ist, in dem die Macht der Reichen das absolute Recht auf ein würdiges und angenehmes Leben bedeutet, während die modernen Sklaven inkognito in einer ungerechten und unsicheren Welt überleben.
Sie saß auf einer Bank voller Staub und Splitter vor einem Tisch, der das simulierte, was in ihren Träumen der Tisch sein könnte, an dem Köstlichkeiten einem Festmahl vorausgehen würden, da war sie, die Unbekannte, ohne Bildung, ohne Namen, ohne Abstammung, die Unwürdige, diejenige, die nichts hat, obwohl viele ignorieren, dass sie eine Seele hat, neben einem lebendigen und weisen Herzen, das in der Traurigkeit ihres geschundenen Körpers lebt.
Auf dem Tisch stapelten sich tausend Stofffetzen, große und kleine Stücke von unterschiedlicher Beschaffenheit und Farbe, Stoffe, einer über dem anderen, und sie, die Unbekannte, wählte mit ihren Fingern vorsichtig die Stoffe aus, denn sie wollte ihren Traum verwirklichen.
Sie schnitt die Stoffstücke einzeln mit der Schere zu, mit Nadel und Faden in der Hand fügte sie die Fetzen zusammen und machte Fahnen. Was für schöne Farben, was für schöne Ethnien, die Gott auf die Erde gebracht hat!
Das Inkognito schaute sich die Fahnen fröhlich an, hob sie eine nach der anderen auf und fügte sie zu einer einzigen langen Fahne zusammen. Die Flagge einer Welt ohne Grenzen, in der es keinen Hunger und keine Unterschiede gibt.
Die Fahne einer Welt, die keinen Krieg kennt, in der Blut nicht die Währung ist, mit der der Reichtum der wenigen bezahlt wird und der Hunger der vielen, die im Leben sterben, seine traurige Verurteilung.
Die Inkognita träumt und kleidet ihre Hütte mit einer einzigen Fahne, sie hofft, dass die Welt sie versteht, sie will kein Blut mehr und sie will ein Brot auf ihrem Tisch.
Donde la palabra se vuelve sonido con Ana Cecilia Chávez Zavalaga Fuente: Teresa Mascarenhas
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14.02.2025
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